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Cristina
“...Medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos... Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarca el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo a los astros.” Jorge Luis Borges, Ficciones.

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Título: El túnel

Autor: Ernesto Sábato

Editorial: Cátedra

Páginas: 165




Sinopsis:




Juan Pablo Castel es un pintor recluido en prisión por el asesinato de María Iribarne. Durante su encierro rememora la cadena de acontecimientos que le llevaron a perder el control, a convertirse en un hombre con el interior oscuro, un hombre poseído por una insalvable soledad, la de la ausencia de la mujer amada hasta el límite, la del engaño que ha convertido su corazón en un pedazo duro y frío de hielo.




Reseña:




Hace más de diez años, leí ésta pequeña obra, la primera del escritor argentino Ernesto Sábato. Confienso que me fascinó cuando me sumergí entre sus páginas en plena adolescencia.



El túnel es una obra maestra del análisis psicológico a través de la novela corta, al estilo de la nouvelle característica del siglo XVI y con una dificultad añadida, teniendo en cuenta la condensación que tiene que hacer Sábato en a penas cien páginas.


El ritmo es vertiginoso desde las primeras páginas, con un crecendo continuo que mantiene al lector en tensión en todo momento.


Por otro lado, Ernesto Sábato fue hijo de un inmigrante italiano, nacido en Rojas, un pueblo de Buenos Aires. Algunos de los temas más representativos de sus obras las encontramos ya en su primera novela, El túnel: la falta de fe, ambiciones, deshumanización del hombre y el hilo conductor de toda la novela; la soledad



“Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad. Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.


Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En esos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean.


Esa noche me emborraché en un cafetín del bajo. Estaba en lo peor de mi borrachera cuando sentí tanto asco de la mujer que estaba conmigo y de los marineros que me rodeaban que salí corriendo a la calle. Caminé por Viamonte y descendí hasta los muelles. Me senté por ahí y lloré. El agua sucia, abajo, me tentaba constantemente: ¿Para qué sufrir? El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría, sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla. La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede liberarse con la muerte, que sería así, una especie de despertar. Pero despertar a qué? Esa irresolución de arrojarse a la nada absoluta y eterna me ha detenido en todos los proyectos de suicidio. A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su fealdad, antes de aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad. Y suele resultar, también, que cuando hemos llegado hasta ese borde de desesperación que precede al suicidio, por haber agotado el inventario de todo lo que es malo y haber llegado al punto en que el mal es insuperable, cualquier elemento bueno, por pequeño que sea, adquiere un desproporcionado valor, termina por hacerse decisivo y nos aferramos a él como nos agarraríamos desesperadamente de cualquier hierba ante el peligro de rodar en un abismo”.




' El ser humano parece encontrarse en el mundo como extranjero solitario y desamparado', en palabras del propio Sábato en Hombres y engranajes.



También se añade la temática metafísica, unido a la trasversalidad de la soledad, mostrando el propio aislamiento de un solo hombre, el pintor Juan Pablo Castel, esta inquietud metafísica se verá reflejada en los celos, la desesperación, pasión y crimen. En palabras de Ángel Leiva: 'La desesperanza, la incomunicación y la soledad del hombre instalado en las ciudades.'


Desde el punto de vista de la estructura, a penas podríamos afirmar que exista. Serán los propios personajes quieren parecen tomar sus propias decisiones, dotándolos así de una humanidad mucho más cercana al lector, añadiendo, además, la escritura en primera persona del propio Juan Pablo Castel.


Después de esta segunda lectura, recomiendo este libro para aquellos lectores inquietos y reflexivos, se trata de una obra fundamental para entender la novela psicológica y por supuesto, Sábato propone una perspectiva profunda y analítica de la sociedad y el propio ser humano.

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